Si es que lo de irte de bares después de las uvas a estas edades, pasa siempre factura, que ya no tiene una 20 años. Bueno, qué digo, con 20 años mi madre no me dejaba salir todavía, chiquilla, mi pobre padre tenía que hacer guardia a pocos metros del local, junto con otros padres, para recogerme a las dos horas de haberme puesto el trajecito ese con el que pasabas un frío polar inclasificable, que no se yo por qué demonios me compensaba tanto la negociación previa que comenzaba en agosto como si en ello se me fuera la vida, la bronca monumental a la desesperada en la que ganaba siempre mi madre por goleada el día anterior, y que no me daba ni para conseguir que la suela de los zapatos dejasen de patinar después de estrenarlos con escasos 4 bailes. Vamos, ríete tu de Cenicienta; mis amigas y yo corríamos más que ella y sin perder ninguna prenda por el camino. No me parece el cuento para tanto Príncipe, la verdad. Total, que por mucho que bebíamos en esas dos horas, no nos enterábamos de nada. Claro. Cuánta sabiduría tenían nuestras madres… Lo tenían todo calculado para que no llegáramos al coma etílico.

En cambio, mírame ahora. Una copita de nada y ya avisto barcos a mi alrededor (ahora con vikingos, totalmente influenciada por la serie, qué quieres que te diga, el subconsciente manda un 98%). Una se hace mayor para lo bueno y para lo malo.

Eso de «año nuevo, vida nueva», hija, perdona, será para algunos. Yo, desde luego, me he tenido que poner a tirar de la vida de siempre: limpia la mierda de la noche anterior, retoma el trabajo de mujer empresaria (/barra) autónoma (/barra), periodista impetuosa (la autocrítica, dicen que es sana), hija primogénita responsable, y un largo etc., de todo lo que llena mi ocupadísima vida y que no me deja tiempo para el deporte nacional: criticar la vida ajena, ni siquiera asomarme un poquito, porque me importan tres pimientos las intimidades de los demás. (Hay gente que no sabe aún que se puede vivir sin ello)

Así que hoy, me lo voy a tomar con calma. Hoy comienza el reseteo, nada nuevo, pero sí un reseteo, una especie de pacto conmigo misma, de respeto. Ese que no debemos perdernos nunca, por mucho que otros intenten que nos lo perdamos.

Hoy comienza otro «sprint», otro «claro que sí», otro «sigue adelante», otro «tramo del camino». Porque esa es la vida, un montón de tramos de un camino, y en cada tramo hay vida, hay esperanza y, sobre todo, hay todo lo que tú quieres que haya y lo que no quieras que haya. Porque hasta para esto último -que para la gente buena es lo más difícil del mundo-, hay que tomarse el tiempo necesario en cada tramo de este camino tan importante, que es nuestra vida.

Caminemos, pues.